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CUANDO LOS DIAMANTES SE ENCUENTRAN A NUESTROS PIES.

En el periodo comprendido entre 2011 y 2014 tuve la oportunidad de vivir en Oaxaca, México. Fue una oportunidad invaluable de conocer una cultura plena de colores, sabores, arte, música y valores muy especiales y bellos. Mi esposo y yo estuvimos al frente y al cuidado de más de 500 misioneros de nuestra religión, procedentes de 14 nacionalidades, a lo largo de esos tres inolvidables años.
En uno de los muchos viajes que realizamos a través del estado para cumplir con nuestros deberes y visitar a nuestros hijos e hijas misioneros, no pude dejar de notar que en algunas regiones los árboles estaban literalmente doblándose bajo el peso de miles de apetitosos mangos, haciendo que las ramas que los sostenían bajaran hasta el nivel en que con sólo estirar la mano,  hasta un niño podría tomar todos los mangos que pudiera desear. Los misioneros me platicaban que las personas locales con frecuencia les regalaban grandes cajar rebosantes de mangos que habían cosechado de los árboles de sus propias casas. No dejaba de asombrarme la abundancia con la que ese fruto se daba en esa tierra tan fértil y tan noble. Fue entonces cuando vi una escena que nunca podré olvidar: Unos jovencitos que caminaban alegremente por la calle iban pateando los mangos que habían caido en el asfalto al desprenderse solos de las ramas que los sostenían. Me pregunté porqué tal riqueza en especie estaba siendo desperdiciada de esa manera. En mayo pasado, tuve la oportunidad de ir a Canadá, y estando en un supermercado, mis ojos se toparon con el espacio reservado a los mangos en venta. El precio de una sola pieza de mango excedía los 2 dólares canadienses!! Entonces recordé con fuerza la escena de los mangos pateados por las calles que había visto tiempo atrás.
Hace dos días terminé de leer un libro fantástico que habla sobre un hombre que oyó decir que en unas tierras lejanas se habían encontrado diamantes, lo cual le hizo tomar la decisión de vender sus propias tierras para ir en busca de aquellas riquezas. Se aventuró por el mundo y perdió todo lo que tenía, hasta que un día decidió abandonarse a las olas del mar.
Algún tiempo después, el hombre que había comprado sus tierras descubrió algo singular que brillaba semi oculto en las arenas blancas a la orilla del arroyo. Resultó ser un diamante puro, y fue de esa manera que se descubrieron en ese lugar las minas de diamantes más grandes de la historia. El primer dueño de aquellas tierras de riqueza sin igual nunca había podido darse cuenta de que los anhelados diamantes habían estado toda su vida justamente debajo de sus pies. El libro continúa con una serie de historias y ejemplos fascinantes sobre cómo podemos y debemos buscar los diamantes que siempre han estado enfrente de nosotros y no hemos podido descubrir ni aprovechar. Mi corazón quedó agradecido con el autor de este gran libro, Rusell H. Conwell,  que nació en 1843, y si sus palabras tuvieron una enorme validez en la época en la que él vivió, ¿cuanto más no serán válidas en una época de alta tecnología y posibilidades como la nuestra?
En la revista Selecciones del Reader´s Digest de septiembre de 2015, página 108, encontré un diamante: El artículo titulado "Manzanas de la Concordia", que relata la historia de una mujer que supo ver los diamantes de su comunidad al observar las manzanas caídas en los jardines de sus vecinos, y ha logrado crear una extraordinaria empresa social procesando dichas manzanas.
Yo me pregunto... Cuales son nuestros propios diamantes? Qué hay justo debajo de nuestros pies, enfrente de nuestros ojos, clamando porque podamos ver su brillo, dar un paso al frente y hacer algo para cambiar las cosas, para mejorar nuestra situación, para cultivar y acrecentar la riqueza física, moral y espiritual que siempre ha estado a nuestro alrededor y no hemos podido vislumbrar?

Yo amo Oaxaca con todo mi corazón. Amo a su gente tan llena de amor y de nobleza. Y también creo que hay almas y mentes en ese lugar que al leer este libro inspirador, al conocer la historia de esta mujer, al mirar sus propios diamantes con unos nuevos ojos, podrán ver todas las posibilidades de un nuevo futuro que hay en ellos:

Los mangos pueden procesarse en muy diversas maneras, y pueden aprovecharse sus huesos, su pulpa y su cáscara de diversas formas. Aprender y descubrir nuevas formas de procesarlos en mermeladas, en pastas, en condimentos gourmet para ensaladas de chef, en recubrimientos para postres, en sales de mango deshidratado, en materia prima para confitería, y en tantas otras maneras!!  De su hueso se puede extraer grasa vegetal de alta calidad, y aún se puede utilizar para crear artesanías y ornamentaciones. Con su cáscara deshidratada se podrían descubrir formas de crear materiales alternativos de construcción y con la cáscara fresca, compostas y fertilizantes de un nuevo tipo. Las posibilidades son casi ilimitadas. Los límites están en nuestra visión.
Cuantas personas, cuantos jóvenes que no encuentran un empleo, podrían aprender el gozo y la satisfacción de un trabajo honorable y bien remunerado en una fábrica ó taller donde los diamantes de esos árboles generosos y nobles se conviertan en productos que después se distribuyan no sólo en nuestro país, sino en todos los confines del mundo? Por qué no despertar y mirar hacia sus diamantes, y tener la intrepidez de pensar en grande?

La enorme lección de esta historia puede aplicarse a casi cualquier lugar y situación. En todo lugar hay esperanza... hay posibilidades latentes esperando a ser descubiertas!! Hay diamantes en todas partes, y en todas las formas!!
¿Los descubriremos hoy? ¿Daremos un paso al frente para ser quien haga algo para que esos diamantes den un nuevo brillo a nuestras vidas...?


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